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Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos
de
FEDERICO GONZALEZ FRIAS

LA CORONACIÓN DE UNA OBRA
por
Francisco Ariza (cont.)

Cap. XXV de su libro: La Obra de Federico González. Simbolismo,
Literatura, Metafísica
, en prensa

IV

Muchas veces tenemos la impresión de que no estamos ante un Diccionario en el sentido corriente del término, sino ante un texto que podemos leer “de la A a la Z como un libro más”, y que es en gran parte el resultado de una meditación sobre los temas que van apareciendo al espíritu de su autor, muchas veces de manera espontánea, otras debidamente meditados, y otras más tras un ejercicio de selección –inevitable por otro lado debido a que son innumerables los términos que tiene a su disposición. Pero siempre el punto de partida, el origen que impulsa su desarrollo, está en la inspiración que viene de las ideas arquetípicas y su “reminiscencia” en el alma, que de esta manera puede expresarlas, siendo la escritura (“la más perfecta forma de comunicación” como dice en la entrada del mismo nombre) el vehículo que fija sus contenidos.

En este sentido, otro aspecto a destacar de este Diccionario que tiene relación con la naturaleza y el origen de esa inspiración es que podemos consultarlo a veces de modo oracular, y así lo sugiere nuestro autor nuevamente en la Introducción, quien añade que de esta manera son consultados muchos diccionarios de símbolos. Recomendamos al lector que consulte de esta forma al Diccionario, haciéndole una pregunta y abriéndolo seguidamente al azar.

En cuanto a su estructura la podemos ver como circular, donde una entrada lleva a otra

y ésta a una tercera para que entre todas, cercando el tema, pudiera obtenerse la comprensión de lo que se informa. Pues ello es una manera de ligar analogías y correspondencias que producirán un concepto más cabal del asunto el cual de por sí es casi imposible de definir exactamente...

Si tuviéramos que ilustrar esto con una imagen ésta sería muy semejante a la de aquellos grabados de Durero y Leonardo donde aparecen una estructura geométrica dibujada mediante los entrelazamientos de un hilo o cuerda que se va expandiendo concéntricamente, es decir en torno a un centro, de tal manera que semejan un mandala, esto es, un modelo de la Cosmogonía. La primera impresión visual es de abigarramiento, de enjambre, pero conforme vamos prestando atención a la sutileza y elegancia de esos entrelazados en sus diferentes formas, es decir cuando penetramos en su estructura, percibimos claramente su articulación armoniosa, fruto todo ello de una unidad y de un orden sutil preexistente en el espíritu de su creador, que se proyectan en el grabado. Pues bien, algo semejante sucede con el Diccionario, donde podríamos utilizar otras imágenes simbólicas diferentes a éstas para hablar de su estructura, la cual siempre será análoga a la de aquellos símbolos que constituyen paradigmas de la Cosmogonía, o sea estructuras que en su desarrollo reproducen el despliegue de la Unidad arquetípica a través de las emanaciones de ella misma.

También en este Diccionario existe ese hilo, en este caso invisible pues se trata de una guía de orden intelectual-espiritual, que nos va conduciendo a través de los símbolos y los temas de la Ciencia Sagrada, que aquí están expresados de manera sintética como venimos diciendo, y cuya lectura reiterada (ritual) permitirá desarrollarlos ayudados también por las analogías y conexiones que entre sí mantienen muchos de ellos, hasta el punto que en ese juego propio de la Simbólica iremos “despertando” vínculos intangibles con las ideas que transmiten y que hasta ese momento permanecían latentes o dormidas; llega un momento en que el lector empieza a “dialogar” con el Diccionario, con su contenido, que incluye asimismo todo aquello que su estudio y las constantes reflexiones en torno a él nos van sugiriendo, evocando y revelando, pero también el encuentro con ese término que de repente te inunda de tanta luz por su clarividencia que todo lo que habías edificado sobre tus débiles hombros por fortuna se cae estrepitosamente, es decir se “disuelve”, evitando la petrificación y ofreciendo la posibilidad de acceder a un ámbito más sutil de uno mismo, de coagular en otro nivel que se corresponde con el nacimiento a un nuevo estado. Por ejemplo, y aunque parezca paradójico con lo que estamos diciendo, en la entrada llamada “Fijar lo Volátil”, la que reproducimos enteramente:

Operación, o mejor, serie de operaciones necesarias para establecer a la deidad como permanente en el alma del iniciado.

El adepto ya conoce la presencia de la deidad mensajera, pero quiere hacerla suya como un valor perenne en sí mismo. A través de muchas dificultades y trabajos ya ha reconocido diversas formas de la deidad que han aparecido, o se han presentado en su alma. Pero desea realizar en ella un vergel en el que cada macizo de flores, cada planta esté en su lugar correcto.

Para ello lo primero que debe saber es que con objeto de lograr el orden que pretende –cualquiera que éste sea– no debe confiar en su voluntad humana para conseguirlo, sino abandonarse a la Voluntad divina.

Esto no es lo que ha estado haciendo, sino lo inverso, aunque él no lo crea y en su necedad trate de demostrar lo contrario. Estaba esperando que esas imágenes difusas de la deidad –muchas veces ligadas a la niñez– se hicieran suyas para establecer así su propiedad y una vez munido de ella ser el beneficiario de algo que merece y se le ha otorgado por sus esfuerzos y virtudes.

Con la mentalidad del hombre viejo jamás la obtendrá y pospondrá indefinidamente sus posibilidades pues todavía imagina un tesoro, que hay que obtener.

En todo caso la retribución siempre es el presente, el hoy día. Eso es lo que debe obtener. La presencia perenne de la deidad en el ser humano nunca ha sido, en verdad, una pesca imaginativa de la belleza. Es la belleza en sí, la que se le da de modo permanente por la gracia.

Siempre es ahora y la eternidad es eso. En los comienzos la obtención de la sabiduría es una carrera de postas, pero cuando llega el momento del Sí mismo, siempre es actual, y la vivencia de lo simultáneo deviene eso, un ahora reiterado donde ya no hay adonde ir ni nada que percibir. No hay nada que conocer.

Y ello es haberse deificado y no unas vagas ensoñaciones, o unas ilusiones poéticas que sólo suelen ser unas falsas ideas del hombre profano, no sacralizado.

Abandonad toda esperanza vosotros que entráis,

dice Dante al comienzo del recorrido de la Divina Comedia.

Esta errónea visión de la que hablamos suele ser un bien propio del supermercado de «ideales».

Tal vez sea hora de dejar nuestra caja de sueños y obtener lo que se busca viendo lo que las cosas son en este ciclo, es decir, beber la hiel de la amargura como si fuera lo que hoy se nos da, nuestro alimento, y recibir la angustia de la desesperación con mucha objetividad. Quizá haya situaciones que no podremos resolver nunca. No esperar milagros; son contraproducentes. ¡Bájate de la nube!

Y así, de manera gradual e imperceptible, casi sin darnos cuenta, y conducidos únicamente por nuestro amor al Conocimiento (premisa esencial), iremos entrando en un ámbito donde el velo que cubre a las ideas se va haciendo cada vez más transparente, y éstas más reales, y lo que antes sólo eran conjeturas y suposiciones, presentimientos e intuiciones vistas en claroscuro, pueden convertirse finalmente en íntimas certezas, en entidades vivas que nos inocularán su veneno generoso, pues en éste también se encuentra el remedio, como muy bien nos enseñan los alquimistas de todos los tiempos.