Lunas Indefinidas
de
FEDERICO GONZALEZ FRIAS
Reseñas
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Desde hace varios meses La Colegiata Marsilio Ficino está ensayando el que será su próximo espectáculo, se trata de la obra teatral de Federico González “Lunas Indefinidas”, que si bien a nivel formal se diferencia claramente de sus precedentes, -"Noche de Brujas", "En el Útero del Cosmos" y "Festival de Monólogos"- abriendo una nueva vía a través de situaciones chocantes y unos diálogos que fluyen de manera sorpresiva y con una gran comicidad, nos sumerge igualmente en aquel rito primigenio de despertar a la Memoria que como sabemos el Teatro vehicula.
Nos encontramos esta vez en una Escuela de Conocimiento en la que penetramos de la mano del personaje que abre la representación y que como el dios Jano tiene las llaves que abren y cierran sus puertas. “¿Qué son los símbolos?” se pregunta, y de inmediato las ideas se van hilvanando y aquel acceso que evocan simultáneamente se va haciendo en nosotros.
“Por otra parte”, nos dice, “el comprender estos misterios es abrirse un camino en el Conocimiento de lo que somos, de nuestra propia identidad...¿Cómo puede entenderse todo esto? ¿Qué significan verdaderamente estas palabras? Y por otra parte ¿cómo pueden ser tan embriagadoras, al punto de convencernos e incluso dar sentido a nuestra vida?”
Varios son los personajes internos, "posibles candidatos", que llaman a la puerta de la Escuela y desan seguir sus “métodos”, e invariablemente son enfrentados a un espejo, a ellos mismos, evidenciando su ignorancia, sus errores, los que se expresan a través de la vanidad, el amor propio, y a veces también de la maledicencia, en definitiva un carácter dual al que quieren y no quieren desenmascarar, trascender.
Trascender aquello que nos empeñamos en entender por realidad y que en palabras de uno de los profesores “no es más que una sucesión de anécdotas más o menos ordenadas”... en verdad: “la idiotez de la gente es el componente más grande de lo que llama la realidad”.
La Colegiata
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Reseña de Lunas Indefinidas (en el Teatreneu, Barcelona)
El miércoles 24 de marzo, en la sala Teatreneu de Barcelona, se abrió de nuevo el telón para representar la obra de Federico González, Lunas Indefinidas, cuya puesta en escena corrió a cargo de los miembros de la Colegiata Marsilio Ficino de la que el autor es fundador y director.
La luna es un astro que crece, decrece y desaparece para renacer de nuevo, transformada y renovada en cada ciclo. Simboliza, pues, el pasaje de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
Lunas indefinidas es el nombre con el que Federico González ha bautizado esta nueva obra de teatro, un nombre por cierto muy apropiado que permite acceder al significado esencial de su trama: El proceso de la transmutación, la inevitable necesidad de morir reiteradamente a todo lo conocido, de desprenderse de las capas y capas de auto-definiciones y conductas esteriotipadas que dan identidad al hombre viejo, prisionero de su ignorancia, de sus deseos banales, ambiciones y vanidades, para poder renacer, esta vez como hombre nuevo, al conocimiento de su verdadera identidad.
La totalidad de la obra transcurre en una peculiar Escuela de Conocimiento donde se aplica un método infalible desarrollado por un sabio y experimentado maestro, análogo al maestro interior. Un método “bien sencillo que promueve la inducción a la Sabiduría, sin más”, “un proceso fundamentalmente revulsivo y de ascenso vertical”.
Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Muchos dicen querer acceder a ella pero pocos están dispuestos a desapegarse del papel con el que se han venido identificando hasta el momento, su personaje aprendido en el Teatro de la Vida.
La trama se despliega marcando un ritmo rico en matices, ora dramático, ora formal, ora divertido y grotesco, llegando en ocasiones hasta el absurdo. No en vano, la chanza forma parte del método que se aplica en el Centro y, además, esta obra está emparentada con el Teatro del Absurdo, que a través de la disparatada e irracional realidad que plantean sus textos, es capaz de resquebrajar el orden mental establecido y acceder así a “otras” realidades.
La representación se inicia con un monólogo profundo e intimista de Espartana, una mujer cuya función en la Escuela es la de abrir las puertas “a los que llegan y a los que se van”, tal y como lo hace el Dios Jano, que abre y cierra las puertas del tiempo.
Mientras espera la llegada del nuevo candidato, reflexiona acerca del significado de los símbolos, del valor de la paradoja como forma de la enseñanza, de la posibilidad de acceder, por su mediación, al conocimiento de lo que somos, de nuestra propia identidad, hasta abismarnos en el No-Ser.
Todo debe ser cuestionado –dice Espartana– la totalidad de lo que hemos aprendido pertenece a una vida de sueño y engaño. Los símbolos, mensajeros de otras realidades, son los que pueden dar lugar, a través de iniciaciones, al hombre nuevo.
En el transcurso de la obra, hemos tenido la ocasión de conocer a tres candidatos que han llamado voluntariamente a la puerta de la Escuela, tres personajes, aparentemente distintos, atendidos por el personal médico y docente de la Institución.
El primero, el señor Adán, mantiene una larga y reveladora entrevista con la doctora Ester, que lo ha citado con la finalidad de instruirle en el proceso, pero ¿Cómo puede uno aprender nada si ya cree saberlo todo? ¿Cómo va a entender algo si no se es capaz de escuchar? El señor Adán parece no estar dispuesto a desprenderse del concepto que tiene de sí mismo ni de las anécdotas que han ido definiendo su vida hasta el momento.
Los licenciados Starter y Roxana jugando con él al juego del Panludo, lo someterán a la tensión del absurdo, llevando al candidato hasta los límites de la desesperación, conocedores éstos de que, “únicamente atravesada una absoluta desesperanza puede accederse al misterio de lo supraindividual”.
En otra sala de la Institución, el segundo candidato, Poof, experimenta los efectos de un tratamiento que le es administrado para ser curado de la enfermedad que lo aqueja, el exilio, bajo la atenta supervisión del profesor Chuleta, a quien sus amigos llaman “la comadrona”.
Poof sufre porque no tiene acceso a las analogías, vive exiliado de ellas y por tanto carece de la posibilidad de desvelar el mensaje oculto en la realidad aparente. El profesor le advierte que, para curarse, es del todo imprescindible morir primero. En este camino se nace y se muere a cada rato –le asegura.
El adepto es un hombre valiente y termina por entregarse por completo al método, engullendo su brebaje de un sorbo, el elixir del fin de los tiempos. Sumergiéndose de pleno en un profundo estado onírico, experimentará el drama de la total disolución, el terror en estado puro, visiones esperpénticas de sí mismo que le atormentarán y lo conducirán hasta el abismo del vacío absoluto.
El tercer personaje, Baby, que es atendido por el doctor Hobby, aparece en escena como un recién nacido, análogo al hombre nuevo ya trasmutado, que acaba de salir de la depuradora del Centro de Conocimiento, el auténtico paritorio de la Institución. Pero Baby, no es lo que aparenta, se ha cambiado de disfraz manteniendo intactas sus expectativas. Se ha convertido en una copia de sí mismo insertada en un envoltorio diferente y ha perdido así su oportunidad de nacer de nuevo, porque El Ser ni se imita ni se adquiere en el mercado. Sin embargo, como concluye el coro antes de cerrarse el telón, el continuo es un indefinido, y siempre hay esperanza, una nueva posibilidad con cada nuevo ciclo lunar.
Después de asistir a tan reveladora función, no podemos por menos que agradecer de todo corazón a Federico González su inspirado libreto. De su mano, hemos tenido la ocasión de contemplar algunas de las indefinidas posibilidades que nos ofrece la inmensa red de analogías que es nuestro mundo, la Escuela de Conocimiento que somos, y de contemplar desde nuestro “patio de butacas particular”, los distintos aspectos que nos habitan, distintos niveles de conciencia que se alternan y se suceden al mismo tiempo en cada uno de nosotros.
También deseamos expresar nuestro agradecimiento más sincero al brillante elenco de actores que con su entrega comprometida y su vívida encarnación del personaje al que han caracterizado, nos han permitido acceder a la evidencia y a la comprensión de los obstáculos, a menudo difíciles de identificar, incrustados en nuestra más densa humanidad, con los que nos tropezamos a diario en este camino de retorno al origen, al conocimiento de nuestra verdadera identidad.
Como colofón, una frase puesta en boca del profesor Chuleta, una afirmación luminosa y contundente que se nos antoja especialmente adecuada para nuestra íntima reflexión: La ignorancia es la raíz del sufrimiento.
La Colegiata
Videos:
Filmación de la obra en Cotxeres Borrell, Barcelona
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